Contaba Rafael Azcona que había un barbero que preguntaba a los clientes cuando se sentaban en el sillón: “¿con conversación o sin conversación?”. Y si la respuesta era afirmativa: “¿a favor o en contra?”. Cierta o no, la anécdota es grandiosa.
Este espíritu azconiano se lleva al límite en Japón. Las universidades de Kyoto y Kobe han concebido espacios para que los comensales no socialicen. El diseño se llama bocchi seki, o asientos solitario y están pensados para ni hablar ni mirarse. Cada individuo llega con su portátil, móvil, tableta, su libro o su mismidad sin la menor intención de que alguien le de conversación ni a favor ni en contra mientras come su cuenco de soba.
Otro ejercicio de gastrosoledad es este restaurante efímero.
Se llama Eenmal y sólo acepta reservas para unas personas. Estará en Amsterdam del 16 al 18 de agosto. La primera experiencia fue en junio y, tras el éxito, repite. Las mesas tienen solo una silla (y están muy separadas unas de otras) donde los comensales pueden degustar un menú de cuatro platos de 25 euros. La idea no es acoger a gente arisca, ni mucho menos, sino fomentar un espacio silencioso donde locales y viajeros que quieran comer solos lo hagan con comodidad. También para los que quieran centrarse en la comida o reconocerse en otros como ellos.
Algunos restaurantes promueven la ruptura del tabú de comer sin compañía. En Nueva York es conocida la iniciativa de
Dirtcandy. Cada año dedica una semana, la Solo Diner’s Week, a esta tendencia. Se llena.
En las antípodas está
la web Invite for a Bite, que pone en contacto a mujeres que no quieren comer solas.
Pero cada vez aparecen más cafés y restaurantes dirigidos a un público que come solo. Los menús se modifican para ellos; la arquitectura olvida mesas convencionales y opta por bancos corridos, mesas comunales o barras. En muchos casos, los comensales sí querrían conversación, aunque fuera para polemizar. En otros, ni por asomo. Así andamos.
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