Encender las luces desde el móvil, reciclar el agua del lavabo,
calentar la vivienda con lo que consume un secador de pelo o acumular
energía solar en vidrios transparentes ya es posible. El cambio va a
transformar nuestros hogares.
El
‘passivhaus’ más alto. Este edificio está en Bilbao y lo firman Sara
Velázquez y su estudio, Varquitectos. Esta torre de 88 metros acumula el
75% de la energía que consumen sus inquilinos.
HACE POCO MÁS DE UNA DÉCADA era difícil imaginar que el futuro del
despertador, la linterna, ¡la discoteca!, el reloj o el álbum de fotos
se escondía en los escasos centímetros cuadrados de un smartphone.
La nanotecnología
estaba llamada a transformar también nuestra casa. No era la primera
vez que se anunciaba una revolución doméstica. Sin embargo, como le
sucediera a la domótica —que ya quiso robotizar las viviendas—, apenas ha alterado nuestras costumbres cotidianas. Los cambios llegan de manera muy paulatina, casi sin darnos cuenta.
Es cierto que tenemos un reloj en el horno y que se desconecta cuando
termina el tiempo de cocción, pero estamos lejos de las neveras que
tenían que avisarnos cuando los alimentos caducaban o de los baños que
detectaban nuestros cambios de presión sanguínea. Las transformaciones
domésticas no son revolucionarias. Les cuesta llegar, pero cuando lo
hacen es para quedarse.
En comparación con los coches o los lugares de trabajo, los pisos
tardan en reflejar esos cambios. Hoy tenemos Internet, pero el salón
sigue siendo el mismo. Por eso es difícil anticipar qué propuestas de
las miles que manejan los fabricantes permanecerán con nosotros. Un
viaje por algunas de las empresas más innovadoras del sector descubre
que el futuro de la vivienda no está solo en manos de la tecnología.
También que la lógica, la libertad individual —o la customización, como
se dice ahora— y la facilidad de uso son clave para que una innovación
triunfe y nos apunte cómo vamos a vivir.
“Si alguien nos hubiera dicho hace poco que una casa podría
calentarse con lo que consume un secador de pelo, nos habría parecido
ciencia-ficción. Sin embargo, está pasando”. La arquitecta navarra Sara Velázquez Arizmendi
—del estudio Varquitectos— ha firmado en Bilbao el edificio de consumo
energético casi nulo (Passivehaus) más alto del mundo. La calefacción de
estos 171 pisos cuesta a sus inquilinos un 75% menos que la de una
vivienda convencional gracias a que sus arquitectos aplicaron sencillas
leyes de la física destinadas a evitar pérdidas de calor por la fachada y
a aprovechar el calor del sol y el generado por los habitantes en su
actividad diaria.
En 2020, en España todos los nuevos edificios deberán ser de consumo
casi nulo. El certificado alemán Passivhaus lleva 27 años funcionando.
Por eso Velázquez sabe que un inmueble bien aislado no solo ahorra en la
factura de la luz, sino que también alarga la vida de la arquitectura.
Estas construcciones acumulan más energía de la que consumen. En España
la legislación no ha permitido hasta ahora —la acaba de cambiar el
Gobierno socialista— volcar los excedentes en la red como sí sucede en
otros países. Pero hay consumidores, como el arquitecto ilerdense Josep
Bunyesc, quien levantó la primera casa pasiva de España hace una década,
que han optado por desconectarse de la red y utilizar la energía
sobrante para alimentar un coche eléctrico.
Velázquez coincide en que “el reto está en cómo aprovechar esa
energía sobrante que se produce y no se necesita para uso doméstico”.
Para ella, la solución más sencilla sería el volcado de excedentes a la
red, pero advierte de que para instalaciones de más de 10 kilovatios esa
opción ha estado penalizada en España. “De momento se utilizan baterías
y otros sistemas de almacenamiento”. Como están habituados al barullo
de cambios que la política genera en las cuestiones energéticas, esta
arquitecta cuenta que ellos diseñan sus edificios para instalar más
paneles solares. “Si realmente la normativa española deja de penalizar
la producción de energía con la luz del sol, estaremos preparados”. La
recentísima decisión del Gobierno tiene lógica para todos excepto para
los monopolios eléctricos: la Península es, junto con el sur de Italia y
Croacia, la zona con mayor número de horas de sol de toda Europa. Por
eso Velázquez está convencida de que es inevitable el paso de una
economía extractiva a otra regenerativa (o circular) y que ese cambio de
sociedad también transformará la vivienda.
Álvaro Beltrán (Ávila, 1975) está preparado para ese cambio. Tras
convertirse en economista en la Universidad de Mánchester, hace nueve
años fundó en su ciudad Onyx Solar. Pensó en fabricar cristales que
además de utilizarse en ventanas pudiesen captar energía solar para
evitar tener que añadir paneles fotovoltaicos a los edificios. En una
feria de Abu Dabi conoció a otro abulense, el físico Teodosio del Caño
(1976) —“el mayor experto en energía fotovoltaica del mundo”,
dice—, y juntos lanzaron un producto que hoy utilizan arquitectos como
Norman Foster o Rafael Viñoly. Los vidrios fotovoltaicos de Onyx Solar
captan y acumulan energía solar gratuita. Los han utilizado empresas
como Samsung o Coca-Cola, Apple o Heineken, y se han instalado en
edificios de todo el mundo: del estadio de los Miami Heat a la sede de
Novartis en Nueva Jersey, pasando por el Dubai Frame o el edificio más
alto de Singapur.
Más allá de acumular energía en los cristales, el último logro de
Beltrán y Del Caño ha sido conseguir que estos vidrios sean
transitables. Es decir: que se pueda caminar sobre ellos. Eso es
fundamental para iluminar cenitalmente, para construir cubiertas
fotovoltaicas que dejen pasar la luz del día mientras acumulan la
energía del sol. Beltrán está convencido de que desde todas las escalas
—una casa o un rascacielos— se puede luchar contra el cambio climático y
convertir los edificios en acumuladores de energía solar. En tres años,
afirma, el retorno energético paga el sobrecoste de los vidrios. Y está
orgulloso de dirigir la única empresa que produce un material de
construcción que permite a los edificios generar in situ la energía que necesitan.
Hace ya un tiempo que el gigante del baño nacional, la multinacional
Roca, abordó la sostenibilidad desde la única manera posible: tratando
de ahorrar agua. Más allá del empleo de griferías que reducen el caudal,
su innovación más emblemática la firman dos hermanos italianos. Los
arquitectos Gabriele y Oscar Buratti idearon W+W,
un lavabo que recicla sus aguas grises para que lleguen filtradas a la
cisterna del inodoro. El invento es a la vez una realidad y una utopía.
Permite ahorrar el 50% del agua que se consume. Sin embargo, su alto
coste no ha permitido su uso generalizado. Con todo, la idea de combinar
dos servicios en uno para ahorrar también espacio en el cuarto de baño
ha llevado a esta firma a desarrollar otro producto: la serie In-Wash
equipa los inodoros con lavado y secado de las partes íntimas, haciendo
que un retrete cumpla también la función de un bidé.
Pero al margen de ahorrar energía, agua o colorear la luz, el futuro
de la casa también investiga vías para facilitar la vida de los
habitantes. ¿Cuáles son esos caminos? Hay dos clásicos: facilitar el
mantenimiento de los muebles y multiplicar sus posibilidades de uso. Por
eso la serie b3 de la empresa Bulthaup está construida con acero
inoxidable y un nuevo material de origen mineral tratado
industrialmente. Este acabado, registrado como Stone Paper, se regenera
completamente y hace desaparecer los cortes y arañazos producidos por el
uso con la aplicación de un aceite que los borra al instante. Con esos
cuidados, las encimeras se convierten en mesas. Las zonas de cortado y
preparado de la cocina en las islas de esta serie b3 encuentran además
espacio libre bajo la superficie para ubicar los cuchillos fuera de la
vista, pero justo en el lugar donde se precisan.
Hace años que esta firma alemana apunta hacia la vanguardia de la
cocina. Lo ha hecho convirtiéndola en el salón de la casa —para evitar
marginarla del resto de la vivienda—. También lo ha logrado haciendo
cocinas fácilmente trasladables en una mudanza, de manera que, por
ejemplo, en un piso alquilado se pueda instalar como un mueble más y uno
pueda rentabilizar la inversión. Esta nueva apuesta trabaja uno de los
pocos resquicios que les quedaba donde innovar: su facilidad de
mantenimiento y el movimiento de sus componentes.
El movimiento precisamente está detrás de la idea que Javier Marset,
CEO de la empresa que lleva su apellido, defiende para la iluminación.
Su envite para el futuro es multiplicar la ubicuidad de las lámparas. En
lugar de tener muchas, se podría tener pocas si se pudiesen mover sin
necesidad de enchufarlas. Con esa voluntad, Marset ha equipado a varios
de los modelos de su catálogo con una batería recargable que les concede
una autonomía de hasta seis horas. La idea se le ocurrió a Inma
Bermúdez, una diseñadora española. Su lámpara Follow Me —con asa, led, batería recargable,
pantalla con movimiento y tres intensidades de luz— inició el camino.
La vivienda del futuro reconsidera pues el ahorro energético,
la cantidad de enseres con que se amuebla, los sistemas lumínicos y
también los materiales con los que se fabrican los muebles. La empresa
Actiu —una firma pionera en el autoabastecimiento energético de su
fábrica en Castalla (Alicante)— ha optado por descontextualizar
materiales y fabricar su nueva silla con fibra de carbono, un material
empleado habitualmente en la industria del transporte espacial. Tan
resistente como el acero y tan ligero como el plástico, el material de
la silla Karbon, que firma el diseñador Jesús Cuñado, es un gran
aislante térmico. Eso convierte a estas butacas en muebles útiles tanto
en el interior como en el exterior. De nuevo 2×1, doble uso para
amueblar la casa del futuro.
Pero se anuncian cambios todavía más radicales. Hace unos meses, la
Royal Academy de Londres acogió una instalación del estudio MAIO en el
que la arquitecta barcelonesa Anna Puigjaner reflejaba el futuro de la
casa apuntando a algo hasta ahora impensable: compartir la mesa de
trabajo o el baño. Aplicaciones para el smartphone como Vrumi o
AirPnP —que ayuda a encontrar el baño privado más cercano disponible—
ya lo hacen posible. Como ocurre con las bicicletas en las ciudades, es
posible alquilar estancias por minutos. Por eso, para Puigjaner, la casa
como sistema abierto está a la vuelta de la esquina.
“Debemos empezar a proyectar desde una nueva manera de entender la
propiedad: tras la crisis, hemos perdido el ansia por tener y pasado a
un concepto más de usar y de disfrutar”, explica Sara Velázquez. Cuenta
que trabajan en proyectos colaborativos, con personas que desean vivir
en comunidad y compartir servicios: coches, aparcamiento, zonas de ocio o
lavanderías. Ella cree que esa forma de vivir fomentará la convivencia y
abaratará la vivienda. La otra clave de futuro para Velázquez pasa por
recuperar la sintonía con la naturaleza: “Debemos volver a aquello de lo
que un día nos apartamos, ya que el cambio no nos trajo ni más paz, ni
más confort, ni más ahorro. Debemos volver a proyectar pensando en que
somos parte de la naturaleza y respetando los vínculos que nos unen a
ella”.
Ronnie Runesson, un veterano experto en desarrollo
de producto de una empresa sueca, asegura que las afinidades y las
inquietudes personales son esenciales a la hora de pensar en un
producto. Él creció en una granja donde tenían un huerto. “Ver crecer lo
que uno va a comer me inició en la sostenibilidad”. Sin embargo,
explica que fue viviendo en Shanghái cuando pensó en diseñar un plantel
que pudiera desarrollarse en el interior de un piso. “Cada vez hay más
personas concienciadas contra el uso de pesticidas. Quieren ver florecer
sus verduras y sus plantas aromáticas”, asegura. Para idear su
invernadero de interior, Runesson pidió ayuda a la universidad. Y la
sorpresa fue que “el mundo interior de las viviendas de todo el planeta
se parece mucho más que en las calles del exterior: casi todos vivimos a la
misma temperatura dentro de casa”. Su invernadero se llama Växer.
Propone un cultivo hidropónico —que utiliza soluciones minerales en
lugar de tierra agrícola— y hace crecer vegetales con agua, sol o una
lámpara led. Puede sumar módulos hasta el autoabastecimiento de verduras
o emplearse para cultivar hierbas aromáticas en viviendas que carecen
de luz. Al ser un cultivo interior, no precisa el uso de pesticidas.
Para Sara Velázquez también es fundamental medir la calidad del aire
del interior de las viviendas: “Filtramos los contaminantes del
exterior, empezamos a introducir en las casas materiales que no emiten
compuestos tóxicos”, explica la arquitecta. Asimismo, defiende que
ninguna vivienda debería renunciar al “derecho al sol”. No es crítica
con el progreso, pero habla de recuperar conceptos básicos de la
construcción tradicional como la ventilación manual, que en los últimos
50 años creímos poder sustituir con cada vez mayores aportes de energía.
Algunas empresas y profesionales están haciendo su trabajo. Viven de
imaginar el futuro de nuestras casas. Y demuestran que idear el mañana
tiene más que ver con la ciencia que con la ficción.
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