¿Turismo en uno de los países más pobres del mundo?
Haití recibió medio millón de visitantes en 2015. La inestabilidad, la pobreza y las catástrofes naturales ocultan un espectacular patrimonio histórico, cultural y natural
Puerto Príncipe
En Haití no abunda el agua potable. La mayoría de las casas
no tiene retrete. No existe la recogida de basuras, ni su tratamiento.
En la capital, de más de tres millones de habitantes, no hay ni un solo
cine. Es raro ver semáforos, y más todavía alguno que funcione; pero
tampoco se sanciona a los infractores en la carretera. Es un país sin
autovías, taxis por las calles o cadenas de comida rápida. Por no tener,
no cuenta ni con palacio presidencial, que quedó derruido en el
terremoto de hace ocho años y todavía no ha vuelto a ponerse en pie. Lo
que sí hay en Haití es música, cultura a raudales, una gastronomía
interesante, sol, las turquesas y cálidas aguas del Caribe, playas
paradisíacas, parajes naturales, asombrosas cuevas y un gran patrimonio
histórico.
Como consecuencia de estas carencias —y algunas
otras—, en Haití la industria turística es muy limitada. Y, por su
enorme potencial, muchos ven a este sector como uno de los que pueden
ayudar al país a salir adelante. Pero, ¿de verdad puede desarrollarse el
turismo en el país más pobre de América? Algo ya hay. Según los últimos datos de la Organización de Turismo del Caribe,
en 2015 recibió medio millón de visitantes, la mayoría procedentes de
cruceros estadounidenses que hacen paradas en el norte de la isla. Esto
es 10 veces menos que sus vecinos de la República Dominicana.
Curiosamente, el tipo de turismo que ahora se asocia al Caribe, el de resort y playa que tan consolidado está al Este de la isla La Española, nació en Haití, que en un tiempo fue considerada la Perla de las Antillas. La inestabilidad del país cortó el desarrollo de una industria que comenzó a brotar en los años setenta del siglo pasado.
“Es un país que esconde su atractivo donde invertir”, asegura Bruno Jacquet, especialista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID),
que tiene en marcha varios proyectos para potenciar el turismo. “Es una
percepción injusta, hay muchas oportunidades. Está asociado a
inestabilidad y desastres naturales... no es que no existan, pero no de
forma tan exagerada como se cree. Esto oculta que es una nación que
crece, que tiene creatividad, dinamismo y capacidad en los idiomas… Y
mezcla una enorme riqueza cultural con la histórica. Haití tiene uno de
los mayores patrimonios en el Caribe”, subraya.
En el norte de la isla, donde paran los cruceros,
fue también donde Cristóbal Colón hizo escala en su primer viaje al
continente. La Santa María encalló en esta misma zona y en ese lugar se
construyó el primer asentamiento español en el nuevo mundo, el Fuerte
Navidad. Más tarde, la isla de La Tortuga se convertiría en un refugio
de bucaneros que asaltaban a los barcos que volvían cargados con
riquezas a Europa. Cerca está Cabo Haitiano, la segunda ciudad del país,
y una de las considerabas más bonitas y dinámicas. A unos 30 kilómetros
se encuentra La Citadelle, una enorme fortaleza patrimonio de la
humanidad que construyó por órdenes del rey Henri Christophe, que
gobernó el país cuando este se emancipó de Francia a principios del
siglo XIX. Fue la primera independencia resultado de una revuelta de
esclavos, lo que convirtió a Haití en segundo país de América en
conseguirla, después de Estados Unidos. Todo el territorio está
salpicado por antiguos fuertes franceses o que se construyeron para
combatirlos.
“Este legado puede servir para fomentar un turismo
cultural que complemente al tradicional de resort”, asegura Jacquet. En
el sudeste del país, en Saint Louis du Sud, permanecen las ruinas de un
par de estos fuertes que el BID, que facilitó la logística para este
reportaje, proyecta rehabilitar y acondicionar. Las aguas turquesas del
mar, las palmeras y los manglares y contrastan con la miseria en la que
viven los habitantes a pie playa, con casas precarias, rodeadas de
basura que ensucia este paisaje idílico.
Gaby Mesidor, de 27 años, es el guía del Fuerte de
los Olivos. Aunque chapurrea algunas palabras de español, porque estuvo
trabajando en Cuba, tiene que explicar la visita en francés con
marcados toques de criollo, el idioma que habla normalmente la mayoría
de la población haitiana, una mezcla de la lengua colonial con otras
africanas. Recibió una formación del Ministerio de Turismo y asegura que
recibe a unos 40 turistas mensuales, que recompensan su trabajo con
propinas, su única remuneración. Por eso, también se dedica a la pesca,
la principal actividad de la zona. Enseña lo que queda de la fortaleza,
explica para qué era cada estancia y muestra la isla de enfrente, donde
se encuentra otra mayor.
Pero, de momento, todo se queda en potencial. Lo
que hay en el islote es difícilmente transitable. Las cabras pastan
entre maleza y piedras; el guía ofrece a los visitantes ver el lugar
donde se almacenaba el agua, un sótano oscuro de difícil acceso atestado
de arañas del tamaño de una mano. Y algo parecido pasa con la
infraestructura. Apenas existen lugares donde quedarse cerca de estos
parajes que se antojan una mezcla entre el paraíso y el infierno, según
se mire al mar o a las condiciones de vida de quienes moran a su
alrededor.
Según explica el especialista en turismo del BID,
hay varias grandes empresas interesadas en abrir proyectos en la zona y
algunos terratenientes en negociaciones con ellas, pero de momento no va
más allá de eso. Además del temor de hacer inversiones en un lugar
inestable, muchas piden infraestructuras que no existen, como accesos
adecuados o suministros de agua y luz que habría que instalar ex profeso
para ellos.
Otras iniciativas más pequeñas sí van surgiendo
para aprovechar todo este potencial que ofrece Haití. Olivier Testa, un
espeleólogo francés que ha recorrido medio mundo en busca de cuevas se
embarcó en una expedición en el país caribeño para descubrir grutas
escondidas. Descubrió una “preciosa” en Pestel, cerca del extremo
occidental de la isla. Y a partir de ahí comenzó a explorar y a hallar
nuevas, alrededor de una veintena que, en sus palabras, “no solo eran
simplemente hermosas, también tienen un gran interés científico por sus
rocas, su biología, su geología, su historia”. En febrero organizó, en
colaboración con el Ministerio de Turismo, la primera visita. Ya tiene
lista de espera para la siguiente.
A otro nivel, una de las empresas que también
parece ver las posibilidades del país es Airbnb. La plataforma de
alquiler de viviendas vacacionales suscribió a finales del pasado enero
un acuerdo con el Gobierno para promocionar Haití como destino en su
página web y suministrarle información con las estadísticas que genere.
El ministerio no ha respondido a las preguntas de
este periódico sobre sus planes para la industria. Ha lanzado algunas
campañas para atraer turistas en los últimos años. En 2016, bajo el lema
Vive la experiencia, trató de potenciar la llegada de extranjeros. Pero si puede servir como comparación, en la pasada Feria Internacional del Turismo de Madrid (Fitur), países como Siria, Níger o Palestina
estaban haciendo un esfuerzo por atraer visitantes, mientras que Haití
no contaba con presencia. “El país debe desarrollar una política pública
de desarrollo turístico sostenible. Hubo algunos esquemas en diversas
ocasiones, pero todavía hay mucho espacio para construir un plan público
de inversión y servicios que facilite y promueva inversiones privadas
en el sector, que son necesarias”, sugiere Jacquet.
Es otra de las muchas oportunidades de un país que tiene tanto potencial como dificultades para aprovecharlo.
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