Mónica existe y vive en Tenerife
Su nombre ha sido siempre un enigma que ha
dado pie a múltiples leyendas urbanas. Pero ya tiene rostro. Se apellida
Vallejo y su novio, el autor de la pintada, es José Carlos Selva. Ahora, su
marido
TEXTO: JUAN CANO / FOTOS: SALVADOR SALAS Y
SUR / MÁLAGA/
UN día, hace ya 14 años, la chimenea más
alta de las que coronan el litoral malagueño amaneció tatuada por un nombre de
mujer. Mónica. Un gesto romántico de un novio enamorado sin más pretensiones
que conquistar, o más bien reconciliarse con la que entonces era su novia. Pero
nunca una pintada ha dado tanto que hablar. Han sido muchas las leyendas que
han circulado en torno al enigmático nombre y, sobre todo, a la destinataria de
aquel mensaje. La rehabilitación de la chimenea, que borrará la huella impresa
de un romance adolescente, ha sacado del anonimato a la verdadera Mónica y al
autor de la declaración de amor más famosa de la ciudad. La leyenda urbana ya
tiene rostro.
Su historia parece sacada de un guión de película, pero es real como la vida
misma. Ocurrió aquí, en Málaga, hace 14 años, y aún se mantiene viva a miles de
kilómetros de distancia. Mónica, la única, la verdadera, se apellida Vallejo,
tiene 30 años y vive en Tenerife. Está casada con José Carlos Selva, de 32. Su
amor adolescente. El osado autor de la pintada. Ambos relataron ayer a SUR la
verdadera historia de la chimenea de Mónica.
Se conocían del instituto y compartían grupo de amigos. No habían reparado
demasiado el uno en el otro hasta que una noche, en la puerta de una discoteca
de Torremolinos, entablaron conversación. «Me gustó hablar con él y, desde ese
día, empezamos a salir siempre juntos», cuenta ella.
José Carlos tardó unas semanas en dar el paso. Esa noche, la llevó a dar un
paseo por la playa de El Bajondillo. Se sentaron en la arena y, entonces, él se
declaró. «¿Quieres salir conmigo?», le preguntó. Mónica sintió mariposas en el
estómago. «Estaba muy contenta, porque tenía ganas de que me lo pidiera». Era
el 12 de septiembre de 1992. Por aquel entonces, él tenía 16 años y ella, 15.
Un año después, tuvieron la clásica pelea de novios de la que ahora, con la
distancia del tiempo, no recuerdan ni el motivo. «Discutimos un viernes por la
noche. Yo me fui a mi casa mosqueada y no volví a verlo hasta el sábado. Iba a
la playa con unas amigas y me lo encontré allí colgado, en lo alto de la
chimenea. No me extrañó, porque a él le gustaba hacer rápel y solían ir al tubo
(como ellos llamaban a la chimenea)», explica.
Se saludaron. Mónica le preguntó si iba a salir con ella esa noche y José
Carlos le contestó que no. «Hoy no salgo», le dijo. Tenía planes. A ella le
descuadró un poco la respuesta, pero prefirió no indagar más. «Nos vemos el
domingo», añadió él.
No había nada improvisado. José Carlos quería darle una sorpresa a su novia y
lo tenía todo planeado. «Tomé medidas de la chimenea y dibujé un boceto a
escala. Lo tenía todo calculado», afirma el malagueño. «Empezar a pintar tuvo
tarea. Lo hice de noche con ayuda de mi amigo Roberto Sánchez, que me sostenía
los botes de pintura».
José Carlos subió por la escalerilla hasta la cima de la chimenea. Desde allí
se descolgó con las cuerdas, como un péndulo. «Al principio estaba un poco
asustado porque se hizo de noche», reconoce. Empezó a las diez y acabó a las
dos de la madrugada. «Me costó más trabajo hasta que calenté motores. Por eso
la 'M' me salió regular. Está un poco doblada».
El joven asegura que compró dos botes de pintura de cinco kilos para la
ocasión. «La idea era escribir 'Mónica, te quiero', pero me quedé sin pintura y
lo tuve que dejar en Mónica a secas», bromea.
Al día siguiente, José Carlos fue a buscar a su novia a su casa con su Vespino.
«Me recogió por la mañana. Me contó que íbamos a dar una vuelta, pero no por
dónde. Me llevó directamente al tubo. Al llegar a la chimenea, me dijo: 'Mira
lo que te he puesto ahí'». Mónica reconoce que se quedó helada al ver la
pintada y que el gesto, romántico donde los haya, le encantó. «Pero me hice un
poco la dura, porque como estábamos mosqueados...».
«Sí, sí, mucho enfado pero por la tarde se llevó a todas las amigas para
vacilar», replica él en tono jocoso. Aun así, aquel gesto caló hondo a Mónica.
«Me di cuenta de que estaba enamorado de mí, que me quería de verdad y que era
el hombre de mi vida», se sincera.
Consolidados
El tiempo fue pasando, la relación se
consolidó y la pintada, también. «Era la chimenea de Mónica, la playa de
Mónica, el sitio de Mónica... Se convirtió en el lugar donde quedábamos con la
gente», cuenta ella. Lo mejor fue cómo se enteraron sus padres. «Yo se lo conté
a los míos el mismo día, y les impresionó, pero él no le dijo nada a la suya
para que no le regañara». No se enteró hasta un año después cuando la familia
fue a pasar un día de playa y un tío suyo le dijo: «¿Sabes quién ha hecho eso?
Tu hijo», recuerda José Carlos.
La pareja, que entonces trabajaba en un Telepizza de Torremolinos, «sin nada
fijo», decidió años más tarde cambiar de aires en busca de un puesto mejor y de
un sueldo más alto. Se plantaron en Los Cristianos, en Tenerife. "Él
empezó a trabajar de cocinero en un restaurante y yo, de camarera".
En 2000, regresaron a Málaga sólo para casarse, porque ya empezaban a echar
raíces en Tenerife. En ese, como en todas los viajes que año a año hacen a su
ciudad natal, se pasaron por su chimenea. «Vamos todos los años a verla. Es
nuestro lugar especial», apostilla la malagueña. Ahora llevan con ellos a sus
hijos Yeray, de cinco años, y Yaiza, de tres. «Al mayor le llama más la
atención y se pregunta cómo ha podido hacer eso su padre».
Mónica reconoce sentirse orgullosa de la que considera «su chimenea». «Siempre
me he sentido muy orgullosa del tubo, porque eso no lo hace cualquiera, es muy
bonito. Hemos escuchado muchas historias y, desde aquí, leemos todo lo que se
escribe sobre la chimenea. Los amigos y nuestro padres nos llaman y nos mandan
correos cada vez que sale algo de ella», asevera la joven. Hasta tienen hecho
un dosier con todos los artículos que se han ido publicando, aunque algunas
noticias no les han gustado demasiado. «Una vez apareció uno en el periódico
que decía que la pintada era suya. A mí me dio coraje y le propuse a José
Carlos llamar para contar que no era suya, que era nuestra, pero él me dijo que
daba igual, que la había hecho para mí y que con eso le bastaba», relata la
protagonista de la famosa pintada.
La noticia de su próxima rehabilitación les ha empujado a delatarse, acabar con
la leyenda y contar la verdadera historia de Mónica. «Me hace ilusión que a día
de hoy no es un pasado, sino un presente, pero me da mucha pena que me vayan a
quitar el nombre. Fíjate que, aunque ya no hago rápel, hasta me dan ganas de,
cuando lo quiten, volver a subirme y pintarlo de nuevo», comenta José Carlos,
aunque pronto reflexiona: «Pero ya no puedes pintar nada ahí, porque como es un
bien protegido igual tiene cárcel».
Ambos afrontan ese día que está por llegar con un pellizco de nostalgia, porque
sienten la chimenea como algo propio. «Eso es mío», suelta sincero José Carlos.
Pero el recuerdo es imborrable. La chimenea siempre será suya y esa playa, para
ellos, siempre será la playa de Mónica.
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