La venganza de la guionista
Frederica Sagor Maas, que vivió 111 años y murió el 5 de enero de 2012, representa a la perfección las envidias, miserias y misoginia del primer Hollywood.
Dio lo mejor para el cine mudo y la callaron. En sus memorias no deja títere con cabeza.
Gregorio Belinchón 30 ENE 2013 EL País
Cuando uno empieza a leer La escandalosa señorita Pilgrim (editorial Seix Barral), cree abrir otro libro de memorias con revelaciones chispeantes, cotorreos asombrosos y anécdotas con las que derrotar a los amigos cinéfilos. Cuando acaba, queda el regusto amargo de haber conocido a una mujer derrotada por una panda de inútiles sin criterio ni talento, una mujer que incluso declarando su amor por su esposo no dejaba de reconocer cómo se supeditó a él. “En conjunto, esta historia habla de la frustración, la desilusión y la pena: momentos que quizá es mejor dejar en el barbecho o en el olvido. Sin duda, así es como me sentía en 1950, cuando me despedí por fin, sin lágrimas, de la industria hollywoodiense que me había envuelto y atrapado en su red de promesas. Había decidido olvidar y continuar con otras búsquedas. Lo hice, y nunca miré hacia atrás. Hasta ahora”, dice su autora en el prólogo de las memorias, que publicó en 1999, a los 99 años.
Porque Hollywood llevó a la guionista Frederica Sagor Maas al borde del suicidio.
Y por suerte, superó las tentaciones y vivió hasta el 5 de enero de
2012, cuando había cumplido 111 años y 183 días. Era la última de una
estirpe, la de las mujeres –muchas, muchísimas, a las que la historia no
ha reconocido y cuyos nombres se pierden deglutidos por las fauces de
la industria– que levantaron el séptimo arte en los inicios de las majors
en Hollywood. Sagor Maas era más lista que sus colegas de profesión, y
se sintió ninguneada, acosada sexual y profesionalmente, plagiada en un
mundo loco, que se regodeaba en sus excesos. A todos los dejó atrás:
“Todos vosotros, panda de sinvergüenzas, estáis ya bajo tierra, mientras
que yo sigo aquí, vivita y coleando”.
Sagor Maas nació en Nueva York, la hija pequeña, la cuarta, de una familia de inmigrantes judíos: fue la primera en nacer en la tierra prometida. No acabó sus estudios de periodismo porque se enganchó al cine. Solo la gran pantalla le salvaba de la frustración de su paso por la Universidad de Columbia y dos veranos de trabajo en sendos periódicos.
“Un anuncio en la sección de oportunidades comerciales de The New York Times me llamó la atención. Lo que se ofrecía era “ayudante de coordinador de desarrollo” en las oficinas que Universal Pictures
poseía en Nueva York. El anuncio tenía un tono intrigante de promesa,
importancia y novedad. Al día siguiente me salté las clases en
Columbia”. Frederica Sagor subió hasta el cuarto piso del número 1.600
de Broadway y su vida cambió por completo. Rodeada de borrachos, tipos
de vuelta de todo, gente sin ningún interés por su trabajo, Sagor
comenzó a escalar en la oficina, hasta que llegó a dirigir la delegación
de Universal Pictures. Iba al teatro casi cada noche, leía galeradas de
novelas una tras otra, a la búsqueda de esa joya oculta que mereciera
la pena llegar al cine. Y las encontró… Otra cosa es que sus jefes le
hicieran caso.
“Todos vosotros, panda de sinvergüenzas, estáis ya bajo tierra, mientras que yo sigo aquí, vivita y coleando"
Y a pesar de todo, Sagor viajó a
Hollywood, con la intención de ser guionista, con fe en su talento y
su olfato para las historias. Encontró muy pocas personas a su altura.
Por ejemplo, Ben Schulberg, expresidente de Paramount y padre de Budd, gran guionista y uno de los chivatos en la caza de brujas,
que ya estaba en el declinar de su carrera. Poco más. Sagor picoteó en
varios estudios, y en ninguno encontró un amor limpio al cine. Por
ejemplo, entra a saco contra la major más potente de la época: la Metro-Goldwyn-Mayer:
“Es necesario decir algo sobre el despilfarro que existía en
Metro-Goldwyn, a diferencia de lo que ocurría en todos los demás
estudios, donde había que adherirse estrictamente a un presupuesto y una
previsión general. Siempre he pensado que la apelación de genio
se ha concedido de forma un tanto inexacta a Irving Thalberg, a quien
considero el peor perpetrador de derroches de la industria. Su credo
era: ‘Si no tienes éxito a la primera, inténtalo, inténtalo de nuevo’.
El dinero y el tiempo nunca eran algo a tener en cuenta; solo importaba
la perfección. Con esa flexibilidad era casi imposible no obtener una
buena película”.
A Sagor pocas veces le
reconocieron su labor en títulos de crédito o respetaron su escritura
original. Sus libretos sirvieron de rampa de lanzamiento a estrellas del
cine mudo como Louise Dresser, Constance Bennett o Clara Bow. Para Bow
adaptó la novela de Percy Mark The plastic age, mientras que Greta Garbo hacía suyo el libreto de El demonio y la carne.
Para Bow, Sagor reserva estas palabras: “Era una cría, hambrienta de
amor y obsesionada con el sexo”; a Joan Crawford la despacha con “era
una tipa que mascaba chicle, muy maquillada, con la falda hasta el
ombligo, el pelo rizado y en desorden. Un putón”. Solo siente cierta
empatía con la actriz Norma Shearer… que acaba casándose con Thalberg.
Sufrió la misoginia, la discriminación por ser guapa y lista, sufrió los
locos años veinte hollywoodienses, estuvo en fiestas con más
prostitutas que artistas. Ganó dinero, lo repartió y lo perdió. Vio cómo
llegaba el sonoro. Tuvo diversos amoríos. Conoció los restaurantes de
moda, el ascenso y caída de distintos locales solo porque iban (o no)
las estrellas. Y entre tanta basura, se enamoró de Ernest Maas, otro
escritor con talento devenido en ejecutivo, con quien se casó en 1927.
El matrimonio Maas Sagor
intentó hacer carrera por su cuenta, escribiendo guiones a cuatro manos o
vendiendo sus historias de forma individual. Rozaron la miseria, y en
el último momento decidieron volcar su habilidad en sendas historias
cercanas a sus corazones: Photo by Brady, sobre uno de los pioneros de la fotografía en EE UU, y Miss Pilgrim’s progress, una historia feminista sobre el trabajo femenino que en 1947 Darryl F. Zanuck destrozó y convirtió en un musical, La escandalosa señorita Pilgrim,
para lucimiento de Betty Grable, y que por cierto fue la primera
aparición en la pantalla de Norma Jean, más conocida como Marilyn
Monroe. Contra estas manipulaciones, Sagor Maas protestó y se ganó fama
de buscapleitos, de comunista, calificativos surgidos de una industria
que ella misma calificó de “sin sustancia”.
Todo esto, o su labor como crítica teatral en The Hollywood Reporter,
se perdió en el viento. En 1950, el matrimonio, completamente
arruinado, dirige su Plymouth a las colinas de Hollywood con intención
de suicidarse. “Arreglamos nuestras cosas, escribimos cartas adecuadas y
escogimos el sitio. Era en lo alto de una colina aislada de Eagle Rock
donde no había casa, uno de nuestros lugares favoritos, donde íbamos a
menudo a trabajar y a ver espectaculares atardeceres (…). El último paso
era encender el motor. Lo siguiente que supimos era que estábamos
abrazados, asustados y sollozando. ¡¿Qué estábamos haciendo?! (…) Nos
teníamos el uno al otro y estábamos vivos. Pero sabíamos, sin la sombra
de una duda, que nuestros días en Hollywood habían terminado”.
Y ahí empezó la segunda vida del matrimonio. Trabajó en compañías de
seguros, con lo que así pagó sus facturas; Ernest escribió como negro de
otros. Solo tras su muerte en 1986, a los 94 años, de párkinson,
Frederica se decidió a escribir sobre lo vivido. Y cómo habló.
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